En 1992 cursaba el primer año de residencia en la especialidad de Ginecología y Obstetricia en una clínica del Seguro Social localizada en la periferia del Distrito Federal; como suele ocurrir en dichas instituciones, la población es bastante extensa y el trabajo en la Unidad Tocoquirúrgica se acumula en grandes cantidades.
Entre mis compañeros de guardia había un interno de pregrado que se caracterizaba por su mala preparación y su peculiar capacidad para salirse por la tangente, para colmo de su desgracia, dicho sujeto se llamaba Policarpo. Con Policarpo de guardia pasaban una y mil calamidades, tanto con los residentes como con los médicos de base.
En una ocasión el Dr. Villaseñor, médico de base matutino, salió del quirófano quejándose amargamente de la cesárea que acababa de terminar… que si el producto fue macrosómico…que si tenía sufrimiento fetal…en fin…finalmente me comentó:
- Y aparte de todo con Poli -
- ¿Con polihidramnios? - le pregunté
- No, con Policarpio, imagínate que ayuda - dijo el Dr. Villaseñor.
A decir verdad, Policarpio era algo torpe, pero muy amable y yo nunca había tenido ningún problema con él en mis guardias, pero como decía mi abuela: no hay fecha que no llegue ni plazo que no se cumpla.
En cierta ocasión cuando la Unidad Tocoquirúrgica estaba a su máxima capacidad y yo me encontraba ocupada en la consulta de admisión, comencé a escuchar que una paciente en labor gritaba desesperadamente. Le pedí a Policarpio que la revisara mediante un tacto vaginal. Policarpio acudió presuroso a cumplir la orden y regresó a comentarme que la paciente tenía el orificio cervical permeable un dedo, con una frecuencia cardiaca fetal de 138 por minuto. Confiada en la revisión que había hecho Policarpio, continué la consulta; sin embargo, al poco tiempo volví a escuchar a la paciente cuyos gritos ahora estaban acompañados de pujidos sumamente característicos de un parto inminente. Policarpio la asistió de nueva cuenta, refiriendo esta vez que la paciente continuaba con 1 cm . de dilatación pero ahora con presencia de meconio. Acudí rápidamente a revisar a la señora y cual sería mi sorpresa al darme cuenta que el producto venía en presentación pélvica y que el supuesto “1 cm . de dilatación” era el orificio anal del niño. ¡Casi mato a Policarpio! Dada la premura de la situación, no nos dio tiempo de pasarla a cesárea, por lo que tuve que atender un parto pélvico, con todos los riesgos y peripecias que ésto conlleva.
Esta experiencia que actualmente me causa mucha gracia, en ese momento me causó mucho miedo, y por supuesto, puso en riesgo la vida del producto y hasta mi estancia en la residencia. Aprendí que la bisoñería no es ningún pecado pero que la negligencia y el exceso de confianza si lo son. No he vuelto a saber nada de Policarpio, pero espero que este suceso aún esté presente en su práctica médica, tanto como en la mía.
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