domingo, 20 de noviembre de 2011

LOS ORIGINALES DE LIRIOS Y DELIRIOS...

La figura materna siempre estuvo para mí en la nebulosa, siempre enmarcada por el rechazo de la abuela hacia ella y por su dolor para entender la situación que le tocó vivir al lado de mi padre, la cual la llenó de amargura que volcaba en mí cada vez que tenía oportunidad. No quisiera ser injusta y que malinterpretaran sus sentimientos. Trataba de ser una madre amorosa, más que amorosa la llamaría excesivamente consentidora y nunca faltó nada en mi casa, pese a que mi papá no daba un peso; sin embargo, nunca me pude entender con ella y en múltiples ocasiones me avergonzaba en extremo. Mi vida se desenvolvía entre dos frentes enemigos, ambos mediados por un macho galán extremadamente simpático: mi padre, un hermoso hombre de ojos verdes. Así fui creciendo hasta llegar a convertirme en una agraciada y tímida adolescente, cuya infancia siempre se había desarrollado en colegios de monjas plagados de represión sexual y teniendo como único parámetro masculino a un padre enamorado del amor y de mí, de la nena linda e inteligente, que lo admiraba, solapaba y seguía sus pasos de manera veloz y voraz. Cuando hablaba con él, nunca me trató como una "mujercita", siempre fui su orgullo y su apoyo, iniciando así mi larga carrera de "peldaño impulsor". Como pueden darse cuenta nunca superé mi tan preciado complejo de Electra, por el contrario siempre lo alimenté y sin tener una competencia significativa, este amor se convirtió en uno de los más importantes de mi vida. Al llegar la juventud me vi envuelta en una serie de sensaciones extravagantes; teniendo una buena cantidad de conocimientos teóricos, pocos prácticos y una gran curiosidad caí en extremos. El alcohol, la mariguana, las fiestas y los amigos circularon por mi vida dejándome muchas satisfacciones y grandes dolores de cabeza. Era una chica sensible, con el amor a flor de piel y una gran ilusión en conformar una familia estable y feliz. Mi potencial académico tomó un segundo término y comencé a buscar con desesperación el apoyo masculino, brindando de manera abierta lo único que creía que podía dar: comprensión y sinceridad. Me volví muy vulnerable. La persona que quisiera herirme lo podía hacer con la tranquilidad de que lo lograría y no habría represalias. El hombre de los ojos verdes, aprovechó la situación para contarme gran parte de su vida y convertirme en la caja de Pandora de sus secretos, sus sentidos y su infidelidad. Con 18 años, mente abierta y sujeta por un grado extremo de comprensión que ni yo entendía, fui su compañera de juergas y parrandas. Frente a mí desfilaron muchas de sus mujeres, desde las eventuales hasta las que se mantenían en "stand by", y si bien el tiempo compartido en él era mucho, la plática tomó un rumbo unilateral que me impedía esbozar mis sentimientos. De pronto me vi en medio de una vorágine de celos que no me permitían ser tan imparcial como siempre. A él le ocurrió lo mismo. El romance idealizado se acababa para dar origen a una serie de reproches profundos y escondidos que terminaran por dañar irreparablemente nuestra relación. Para ese entonces comencé a vivir con un hombre de cabellos tan largos y enredados como sus ideas, y desde luego ante tan portentosa situación al hombre de los ojos verdes no le quedó más que hacerse a un lado. No me volvió a dirigir la palabra jamás, nunca volví a ver sus ojos verdes mirándome, ni volví a sentir su sagaz inteligencia perturbando mis sentidos. Si bien desde antes era adicto a las anfetaminas, su adicción se incremento desmedidamente y una mañana a finales de marzo murió en un hospital público rodeado de sus mujeres que se encontraban siempre en latencia girando a su alrededor. Recuerdo perfectamente la patética situación de su velorio, su féretro se encontraba rodeado de lirios blancos y de judiciales con cara de matones. Me acerqué y pude verlo por última vez, aunque a ciencia cierta ya no estaba ahí ni su simpatía, ni su premura por vivir y sus grandes ojos verdes se encontraban cerrados para siempre.
17 08 2000 1:53 am

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