El amor no puede madurar conmigo. Siempre me encuentro al margen. Si bien la postura de señora decente me queda grande, la de amante apasionada me queda chica. Aún no se que hacer conmigo. El tiempo se me va como el agua y la incapacidad de tomar decisiones me calcina como hierro candente. Tal vez mi lugar se encuentre entre cuatro paredes blancas, sin embargo, amo mi libertad por sobre todas las cosas. Amo su cuerpo y el placer que me produce, pero odio el vacío al cual me someto. Amo sus ojos por fuera, pero odio el contenido de su mirada. Amo sus labios cuando me besa, siempre antes de hacer el amor, porque después se convierten en fríos pedazos de carne muerta. Porque, y si quiero ser totalmente franca, nunca he merecido el término de compañera de por vida, soy el dulce complemento, la extramatrimonial ideal para que la estabilidad funcione, creo que mi papel es muy importante, tengo la misión de la felicidad ajena, aunque ésta sea momentánea. Una mujer como yo no es para siempre, sé vivir el rato siempre y cuando se rodee de emoción y tequila, de pasión y dolor, de controversia y poesía. El ser pensante que existe dentro de mí, debe morir, aunque con él mueran los valores universales que me atan a este mundo. No soporto más mi dualidad inconforme que mata todos mis ideales e idealiza todos mis defectos. ¿Cuántas palabras vanas se pueden escribir en el diario de una ocasional? La relatividad del tiempo no me alcanza para enumerar mi sentir. De verdad, envidio con toda el alma a la mujer sencilla, capaz de dar sin esperar ninguna retribución a su entrega, o por lo menos la que es capaz de esperar sólo estabilidad económica y compañía social. A ciencia cierta mi mayor error es mi falta de adaptación a un mundo simple, basado en normas preestablecidas. Es tan difícil entender que las cosas valen por lo que tienen y no tienen nunca nada por lo que valen. Admiro a la gente objetiva capaz de vivir la vida sin conflictos ni abstracciones. No entiendo, porque, si sé perfectamente que esta es la clave de “pasarla bien” o de ser “pseudofeliz” (valor máximo al cual se puede aspirar), no puedo ponerla en práctica. Estoy plenamente convencida de que todos tenemos lo que buscamos y lo que somos capaces de encontrar, sin embargo yo he perdido la capacidad de sorprenderme, la capacidad de creer. Tal vez ya tuve todo lo que merecía, realmente fui feliz.... quizá no deba pedir más, desear más; que afortunada fui, amé inmensamente, sin ataduras, sin mentiras, sin dolor. Sabía bien lo fuerte de ese sentimiento, era tan grande que producía una sensación dolorosa. Viendo las cosas en retrospectiva, nunca me equivoqué al amarlo, la que fue feliz y engrandeció su espíritu fui yo, y aunque así no hubiera sido, por el sólo hecho de haber estado a su lado un segundo, hubiera dado siempre más.........
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